No sabía qué, pero sabía que me faltaba algo. Dios no me contestaba, así que empecé a creer que mi necesidad no era necesaria. Me recordaba a mí misma que “Dios es mi todo. No necesito nada sino a Él. Soy egoísta y necesitada. Simplemente tengo que depender y confiar en el poder de Dios y superaré esto”. Eso es lo que había escuchado toda la vida, y se convirtió en mi mantra.
Hoy Jesús te pregunta a TI: “¿quieres ser sano? ¿Qué quieres que haga por ti?”
Creía que tenía que hacer todo lo que fuera posible por los demás. Mis pensamientos eran: “no tengo ningún derecho”, “no debo pensar en mis necesidades”, “tengo que decir que sí a todo”. Eran pensamientos autodestructivas, pero no lo sabía.
Jesús dice, “Ama a tu prójimo COMO a ti mismo”. Ni más, ni menos. Hay que tener balance. De hecho, si no sabemos cómo amarnos y cuidarnos a nosotros mismos correctamente, no vamos a saber cómo hacer lo mismo con otros.
Jesús vino para ofrecer esperanza. En los Evangelios vemos que Jesús aceptó a todos que se le acercaron. Le vemos extender la mano y tocar a los enfermos, los endemoniados, los afligidos. Sus enfermedades nunca convirtió a Jesús en inmundo, sino que su pureza les hizo limpios, puros, y completos de nuevo. Su inmundicia no era nada en comparación con el poder de Jesús de sanar y restaurar.
En el capítulo 34 del libro de Ezequías, Dios habló por su profeta, desafiando los pastores corruptos de Israel y exponiendo su abuso de poder sobre el pueblo. Eran líderes…
Las personas que sufren necesitan sentir el toque de Jesús en sus hombros y sus palabras de afirmación y amor. Necesitan saber que Dios les ve y les ama, y que su sufrimiento sí le importa. No necesitan que les digamos que son pecadores, que están alejados de un Dios santo; ya son intrínsecamente conscientes de ello. Es algo que han experimentado todos los días.
Si simplemente consideramos el evangelio en términos de nuestro pecado y nuestra vida espiritual con Dios, nunca nos pararemos a pensar que nuestra lucha puede ser un síntoma de vergüenza y no un resultado de nuestro propio pecado, sino del pecado cometido contra nosotros. Tenemos que llegar a la raíz del asunto y descubrir la verdad de por qué luchamos con los comportamientos y adicciones no deseados que tenemos. Es la única manera de encontrar verdadera libertad.