No fue hasta que tenía sobre 30 años cuando me di cuenta de que no creía realmente en las promesas y verdades de quien soy en Cristo. Es verdad que escuché muchas de ellas mientras crecía, “Dios te ama”, “eres preciosa”, “eres hija de Dios”. Pero solo era conocimiento retenido en mi cerebro; nunca conectó con mi corazón, y no tenía ni idea de lo que significaba para mi vida el ponerlo en práctica.
En vez de eso, había una voz más profunda que tenía un mensaje persistente: “eres egoísta”, “eres vaga”, “tienes que hacer más”, “tienes que ser más”, “eres una vergüenza”. Estas frases eran tan parte de mí que ni siquiera las oía; las palabras eran yo misma. Pasé mucho tiempo de mi vida intentando apaciguar a ese crítico interior; hacía más y más por Dios y otros, me callaba y me aislaba, no pensaba nunca en mis propias necesidades, nunca pedía ayuda, y me recordaba a mí misma que de todos modos no merecía nada bueno.
¿Por qué mi crítico interior me controlaba mucho más que la palabra de Dios? Echando la vista atrás, creo que las predicaciones que escuché sobre este tema no fueron muy convincentes. Los predicadores pasaban más tiempo hablando de quienes éramos antes de Cristo, “muertos por vuestros delitos y pecados” e “hijos de ira”, y ofrecían muy poca explicación o aplicación de lo que significa ser ahora “vivo en Cristo.” Parecía que existía el temor de que, si olvidamos nuestra naturaleza pecaminosa, creer en nuestra identidad en Cristo nos hará altaneros. Pero yo no necesitaba recordar quien era; todavía me sentía esa persona, y esas palabras solo ayudaban a mi yo interior a condenarme aún más. Se tiene que hacer más énfasis en lo que tendemos a olvidar: quienes somos ahora. Olvidamos estas verdades porque son mucho menos creíbles que nuestro crítico interior.
Otra barrera que me impidió aceptar y creer mi identidad en Cristo fue el lenguaje sutil que predicadores usaban. “Eres pecador, pero por causa de la obra de Cristo en la cruz, Dios elige verte como un santo.” En otras palabras, aún eres pecador, pero ahora Dios simplemente usa a Jesús como unas gafas espirituales para fingir que eres bueno.
Estos mensajes nos han robado del poder de las palabras de Dios—lo que Él dice que es verdad sobre nosotros. Nuestra identidad en Cristo es dada libremente y sin compromiso. Somos amados, somos santos, somos maravillosos. Recuerda quien eres. Cree quien eres. Deja morir el crítico interior, pues pertenece al pasado.
-Katrina