Odio el conflicto; desde siempre. Me daba miedo en mi infancia y nunca lo he podido superar. En mis sesiones de terapia, me di cuenta de que había creado leyes para mí —leyes que me protegerían del conflicto. Cuando era una niña vulnerable no tenía la capacidad de manejar el conflicto correctamente, así que utilizaba mis leyes para intentar mantenerme segura. Pero ahora como adulta estas mismas leyes me estaban robando la salud y mi identidad. Era hora de cambiar.
Mis Leyes:
- No tengo ningún derecho. No podía hacer nada si no tenía permiso de todo el mundo. No podía hacer algo solamente porque quería, porque eso sería egoísta y estaría pensando solo en mí misma. Tenía que hacer todo lo que me pedían los demás. Tenía que decir “sí” cuando realmente estaba diciendo “no” por dentro.
- Tengo que ser la fuerte. Mis opiniones y emociones no tenían valor. Tenía que encerrarlas bien en mi interior para poder escuchar y empatizar con la otra persona. Tenía que ser fuerte para la otra persona y no tener nunca necesidades propias. No podía explicarles nunca mi punto de vista o compartirles cómo me sentía yo.
- Tengo que proteger al otro. Aunque la otra persona me hiciera daño, no se lo podía decir. Tenía que poner la otra mejilla. Me decía a mí misma que esta persona estaba pasando por un momento difícil y no debía decirle algo que le podría causar más estrés. Tenía que protegerla de mis propias emociones.
- Tengo que negarme totalmente para mantener la paz. Esto era para mí la definición de la humildad. Estamos llamados a vivir en paz, así que creía que tenía que hacer cualquier cosa para evitar el conflicto y para complacer a los demás. No podía disfrutar de algo si alguien no estaba de acuerdo conmigo. Tenía que cambiar y conformar a los deseos de la otra persona.
- Tengo que obtener la aprobación de los demás antes de hacer cualquier cosa. Tener la aprobación de los demás me mostraba que estaba haciendo lo correcto, amando más a los demás que a mí mismo. Vivir así aseguraba la paz y armonía.
Estas leyes eran una parte tan intrínseca de mí que nunca me había dado cuenta de que estaban ahí. Pensé que todo el mundo creía lo mismo y actuaba según las mismas leyes. Y como estaban tan integradas en mi vida, mis leyes me gobernaban y tenían mucho más poder sobre mí que lo que creía sobre la palabra de Dios.
Pero ni siquiera intentando cumplir todas mis leyes no era capaz de evitar el conflicto. Cuando se avecinaba un conflicto, siempre creía que era mi culpa, sí o sí. Tenía que buscar una solución. Era mi responsabilidad porque había incumplido una de mis leyes. Muchas veces la única solución que se me ocurría era reforzar las cinco leyes como una carga sobre la espalda. Seguí imponiéndome estas normas de forma implacable hasta que me abatió la ansiedad y no pude pensar ni hacer nada por mí misma. Fue un ciclo horrible.
Para salir de este ciclo, tuve que cambiar cada ley (cada mentira) por su verdad correspondiente. Tuve que repetirme esa verdad cada día hasta que pude creerla y ver los cambios en mis acciones y hábitos.
Verdades:
- SÍ tengo derechos. Puedo pensar por mí misma, ser yo misma, sentir todas mis emociones, y tomar mis propias decisiones.
- Tengo el mismo valor que los demás. No tengo que tener todas las respuestas y ser la salvadora de todos. No siempre tengo que buscar yo la solución, porque no es siempre mi responsabilidad. Puedo simpatizar con alguien sin justificar sus acciones y puedo poner límites sanos.
- Tengo que respetar mis valores. No soy responsable de las reacciones de los demás ante mis decisiones. Voy a decir la verdad y a no evadir la situación. No soy responsable de la felicidad de los demás.
- Tengo que amar a mi prójimo COMO a mí misma. Ser humilde no significa ser complaciente. Puedo ser humilde y firme en mis decisiones a la vez. Estoy segura en quien soy en Cristo. Puedo aceptar las preferencias de los demás sin dejar las mías de lado.
- Mi valor e identidad están en Cristo. Busco la voluntad de Dios, no la de los demás. Soy libre de la vergüenza, culpabilidad y condenación. Soy aceptada y aprobada por Dios. Soy completa en Cristo y no necesito la aprobación de los demás.
¿Y tú?
- ¿Cuáles son tus leyes? ¿Qué te guía en tu día a día? Pregúntate: “¿qué características perjudiciales tengo que predominan en mi manera de relacionarme con otros?”. Este es el primer paso para afrontar cualquiera mentira, actitud, comportamiento, hábito, etc. que quieras cambiar en ti mismo.
- El segundo paso es localizar el origen de estas cosas; cuándo empezaste a creerlas, actuar de acuerdo a ellas, y conformarte a ellas. Quizás lo aprendiste de tus padres. Tal vez lo creaste para protegerte de algo. Este paso es muy útil porque te ayuda a entender por qué crees y actúas así.
- El tercer paso es borrar estos patrones y reemplazarlos con creencias y comportamientos correctos. Tómate el tiempo necesario para descubrir la verdad que desacredita tu ley. Aunque no creas esa verdad ahora mismo, repítetela una y otra vez hasta que empieces a creerla y dejes que te cambie.*
*Estos tres pasos son adaptados del capítulo 6 “Localizar el origen de los síntomas y dificultades conductuales” del libro “Puerta de Esperanza”, de Jan Frank. Thomas Nelson Publishers. Nashville, TN. 1993 (versión en inglés).