“Y el leproso en quien haya llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado gritará: ¡Inmundo!, ¡inmundo! Todo el tiempo que la llaga esté en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada.”
Levítico 13:45-46
La ley de Moisés estableció las normas básicas de lo que significaba ser limpio o inmundo, o en otras palabras, puro y digno de estar en la presencia de Dios, o impuro, un marginado, un pecador. Esta cultura de vergüenza/ honor afectó a todo: desde las relaciones a la comida y el lavado ceremonial, y a lugares como el templo o el desierto.
Este entorno habría sido duro para aquellos que sufrieran una dolencia o enfermedad. Igual que los corderos sacrificados a Dios tenían que ser sin mancha, también las personas que tuvieran algún defecto no podían interactuar con la comunidad o entrar a la presencia de Dios. No solo sufrían por su dolencia o enfermedad, sino que también tenían que vestirse y comportarse de una manera que advirtiera a todos los que estaban a su alrededor que eran inmundos, impuros, avergonzados. Para ellos, habría sido imposible fingir que no pasaba nada malo; era evidente a simple vista.
Sus enfermedades no solo les afectaban físicamente, sino que también les afectaban de una manera profundamente emocional y espiritual. Tenían que aislarse de la comunidad, y su propia familia tenía que mantener distancia. La creencia que la enfermedad de esta persona había sido provocada por su propio pecado estaba relacionada con esto. No tenían la esperanza de entrar el templo para alabar a Dios. El rechazo que sentían era real.
La razón por la que los enfermos tenían que aislarse era para que el resto de la comunidad pudiera permanecer pura. Si una persona enferma tocaba sin querer a una persona no afectada, aquella persona pasaba a ser inmunda también. Tal era el poder de la idea de ser inmundo: contaminaba todo.
Hoy las personas sufren otros tipos de enfermedades aislantes: depresión, ansiedad, efectos de trauma y abuso infantil, y otras enfermedades mentales y conductuales. Se sienten solos, rechazados, e incomprendidos. Igual que en los tiempos bíblicos, sige vigente la creencia de que están sufriendo por causa de su propio pecado, o porque no aman a Dios lo suficiente, o porque no se están esforzando. Es difícil, si no imposible, que alguien que sufre de esta manera se integre completamente dentro de la sociedad, o que sienta la cercanía de Jesús. Los sentimientos de vergüenza y culpabilidad se interrelacionan profundamente con estos síntomas. Uno se siente inmundo, indigno, marginado.
“Sucedió que estando él en una de las ciudades, había allí un hombre lleno de lepra; y cuando vio a Jesús, cayó rostro en tierra, y le suplicó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Él extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante se marchó de él la lepra.”
Lucas 5:12-13
Jesús vino para ofrecer esperanza. En los Evangelios vemos que Jesús aceptó a todos que se le acercaron. Le vemos extender la mano y tocar a los enfermos, los endemoniados, los afligidos. Sus enfermedades nunca convirtió a Jesús en inmundo, sino que su pureza les hizo limpios, puros, y completos de nuevo. Su inmundicia no era nada en comparación con el poder de Jesús de sanar y restaurar.
No recibieron simplemente una sanidad física, sino que también recibieron sanidad emocional y espiritual. Jesús veía a la persona que sufría, la tocaba, la conocía. Él sanó los enfermos para que pudieran reunirse con sus familias y la comunidad. Les sanó para que pudieron tener comunión con Dios otra vez. Jesús les honró y quitó completamente su vergüenza; les restauró su dignidad.
Hoy Jesús hace lo mismo por nosotros. Él ve tu dolor, tus lágrimas, tus heridas. No niega tu experiencia ni te echa la culpa por lo que te ha pasado. Jesús te dice: “Lo veo todo. Estoy tan triste y enfadado por estas cosas como tú. Quiero sanarte, hacerte completo”.
La salud emocional casi nunca es inmediata. Requiere mucho trabajo. Pero el primer paso es reconocer: “no estoy bien y necesito ayuda”. El leproso no tenía nada que perder, así que se arriesgó a entrar al pueblo para encontrarse cara a cara con Jesús y pedirle ayuda. Se arriesgó a ser visto, pero al hacerlo fue completamente conocido, aceptado, y sanado por Jesús. ¿Qué necesitas hacer tú, y qué necesitas de los demás?