Jesús vino para ofrecer esperanza. En los Evangelios vemos que Jesús aceptó a todos que se le acercaron. Le vemos extender la mano y tocar a los enfermos, los endemoniados, los afligidos. Sus enfermedades nunca convirtió a Jesús en inmundo, sino que su pureza les hizo limpios, puros, y completos de nuevo. Su inmundicia no era nada en comparación con el poder de Jesús de sanar y restaurar.
Las personas que sufren necesitan sentir el toque de Jesús en sus hombros y sus palabras de afirmación y amor. Necesitan saber que Dios les ve y les ama, y que su sufrimiento sí le importa. No necesitan que les digamos que son pecadores, que están alejados de un Dios santo; ya son intrínsecamente conscientes de ello. Es algo que han experimentado todos los días.
Hay creyentes con dolencias que están sufriendo en silencio y aislamiento dentro de la iglesia por temor al rechazo. Sin embargo, Jesús nos muestra con sus palabras y acciones que el mensaje de las buenas nuevas del evangelio es para estas personas: las heridas, atrapadas, aisladas, y las que están sufriendo. Entonces, ¿por qué en la iglesia no hay diferencia con la cultura exterior? ¿Por qué los cristianos continúan luchando tan profundamente y sin esperanza? ¿Por qué están dejando la iglesia? ¿Qué no estamos entendiendo?